El Málaga aguanta medio partido en el Bernabéu, pero acaba cediendo ante un gol afortunado de Di María y otro, de penalti riguroso, de Cristiano Ronaldo Portentosa exhibición de Caballero, que lo paró casi todo.
Estoy seguro de que más pronto o más tarde, el Málaga CF ganará un partido de Liga en el Bernabéu. No sé si será la próxima temporada, la siguiente o dentro de 6 ó 8 años. Pero llegará ese día, Segurísimo. Porque si llegó en el Camp Nou, en el Calderón, en Mestalla o en San Mamés, no tiene por qué no hacerlo en Chamartín. Ayer, por ejemplo, el equipo de Martiricos dio la cara y salió con la cabeza alta del estadio de Concha Espina. No se llevó nada de vuelta en el zurrón, a pesar de que el 0-0 del descanso invitaba a soñar con el «este año, sí», pero su puesta en escena fue la apropiada para la ocasión y el desenlace, más que digno.
Quizás no era el día idóneo. Con el Real Madrid a cinco puntos del líder, jugando más mal que bien, con el entrenador ya cuestionado por parte de la «canallesca» y con el Juventus (en Champions) y el Barcelona (en Liga) en el horizonte próximo de esta misma semana, el Madrid no podía fallar. Decían algunos que era el momento ideal para que el Málaga lo intentara, pero volvió a ser imposible.
El equipo albiceleste cayó por dos jugadas desgraciadas. El gol que desequilibró el empate inicial lo metió Di María sin querer. Recién iniciado el segundo tiempo, el «Fideo» pretendió centrar desde la banda derecha a Cristiano, pero el balón se fue envenenando, superó al portugués y se coló en la portería de un Caballero excelso ayer durante los 90 minutos.
El 2-0, ya en el descuento, llegó con un penalti más que riguroso que Cristiano envió a la red. El luso estaba tan ofuscado con la decena de paradones previos del susodicho Willy –por alto, por bajo, de lado, de frente, de falta...– que ni quiso celebrar su octavo gol en la presente Liga. No busquen explicación lógica, cosas de crack.
Schuster regresó al coliseo merengue con la idea clara de ofrecer orden, concentración y defensa adelantada a la pegada merengue. No le importó al alemán que sus once jugadores vivieran poco menos que en la frontal del área propia. Lo importante era que el Madrid no tuviera opción de crear en las inmediaciones del arco albiceleste. ¿En ataque? Pues a esperar un robo de balón de Tissone o Camacho en la medular y que Samuel o El Hamdaoui pudieran «cazar» algo a la contra.
El Málaga aguantó la primera parte ejecutando a la perfección la táctica planteada por su entrenador. El Real Madrid dominó el juego, fue casi dueño único del balón desde el mismo pitido inicial, llegó hasta la frontal del área malaguista sin dificultad aparente, pero cada vez que se presentó a 20 metros del arco de Willy, se quedó sin ideas. La tela de araña albiceleste no dejó huecos y cuando el ataque blanco los encontró fue siempre al margen del reglamento, con fueras de juego de hasta tres y cuatro jugadores al unísono o con el argentino parándolo todo, todito, todo.
Pero el manual de Schuster saltó por los aires en la primera llegada blanca tras el descanso, con ese centro-chut de Di María que se coló en la meta de los de Martiricos. El 1-0 no varió la dinámica de un partido en el que ellos mandaron y los nuestros aguantaron. Sólo un disparo de Bobley Anderson, jugador de refresco malaguista para el esprint final, hizo suspirar a la grada merengue. El 2-0 del descuento, tras ¿penalti?, fue la rúbrica definitiva.
Ahora toca pasar página. Visitar el Bernabéu es un «marrón» para cualquiera. El Málaga no tendrá que volver hasta la próxima temporada –salvo que la Copa del Rey diga lo contrario–. Los próximos tres puntos hay que jugarlos en casa, frente al Celta de Luis Enrique. Una oportunidad de oro para demostrar que además de orden atrás, el equipo sabe también jugar con verticalidad y meter goles. Para pararlos ya está don Wilfredo Daniel Caballero.
Estoy seguro de que más pronto o más tarde, el Málaga CF ganará un partido de Liga en el Bernabéu. No sé si será la próxima temporada, la siguiente o dentro de 6 ó 8 años. Pero llegará ese día, Segurísimo. Porque si llegó en el Camp Nou, en el Calderón, en Mestalla o en San Mamés, no tiene por qué no hacerlo en Chamartín. Ayer, por ejemplo, el equipo de Martiricos dio la cara y salió con la cabeza alta del estadio de Concha Espina. No se llevó nada de vuelta en el zurrón, a pesar de que el 0-0 del descanso invitaba a soñar con el «este año, sí», pero su puesta en escena fue la apropiada para la ocasión y el desenlace, más que digno.
Quizás no era el día idóneo. Con el Real Madrid a cinco puntos del líder, jugando más mal que bien, con el entrenador ya cuestionado por parte de la «canallesca» y con el Juventus (en Champions) y el Barcelona (en Liga) en el horizonte próximo de esta misma semana, el Madrid no podía fallar. Decían algunos que era el momento ideal para que el Málaga lo intentara, pero volvió a ser imposible.
El equipo albiceleste cayó por dos jugadas desgraciadas. El gol que desequilibró el empate inicial lo metió Di María sin querer. Recién iniciado el segundo tiempo, el «Fideo» pretendió centrar desde la banda derecha a Cristiano, pero el balón se fue envenenando, superó al portugués y se coló en la portería de un Caballero excelso ayer durante los 90 minutos.
El 2-0, ya en el descuento, llegó con un penalti más que riguroso que Cristiano envió a la red. El luso estaba tan ofuscado con la decena de paradones previos del susodicho Willy –por alto, por bajo, de lado, de frente, de falta...– que ni quiso celebrar su octavo gol en la presente Liga. No busquen explicación lógica, cosas de crack.
Schuster regresó al coliseo merengue con la idea clara de ofrecer orden, concentración y defensa adelantada a la pegada merengue. No le importó al alemán que sus once jugadores vivieran poco menos que en la frontal del área propia. Lo importante era que el Madrid no tuviera opción de crear en las inmediaciones del arco albiceleste. ¿En ataque? Pues a esperar un robo de balón de Tissone o Camacho en la medular y que Samuel o El Hamdaoui pudieran «cazar» algo a la contra.
El Málaga aguantó la primera parte ejecutando a la perfección la táctica planteada por su entrenador. El Real Madrid dominó el juego, fue casi dueño único del balón desde el mismo pitido inicial, llegó hasta la frontal del área malaguista sin dificultad aparente, pero cada vez que se presentó a 20 metros del arco de Willy, se quedó sin ideas. La tela de araña albiceleste no dejó huecos y cuando el ataque blanco los encontró fue siempre al margen del reglamento, con fueras de juego de hasta tres y cuatro jugadores al unísono o con el argentino parándolo todo, todito, todo.
Pero el manual de Schuster saltó por los aires en la primera llegada blanca tras el descanso, con ese centro-chut de Di María que se coló en la meta de los de Martiricos. El 1-0 no varió la dinámica de un partido en el que ellos mandaron y los nuestros aguantaron. Sólo un disparo de Bobley Anderson, jugador de refresco malaguista para el esprint final, hizo suspirar a la grada merengue. El 2-0 del descuento, tras ¿penalti?, fue la rúbrica definitiva.
Ahora toca pasar página. Visitar el Bernabéu es un «marrón» para cualquiera. El Málaga no tendrá que volver hasta la próxima temporada –salvo que la Copa del Rey diga lo contrario–. Los próximos tres puntos hay que jugarlos en casa, frente al Celta de Luis Enrique. Una oportunidad de oro para demostrar que además de orden atrás, el equipo sabe también jugar con verticalidad y meter goles. Para pararlos ya está don Wilfredo Daniel Caballero.
Comentarios
Publicar un comentario