El delantero del Málaga exhibe todos sus recursos, destroza a la defensa cordobesa y guía a los blanquiazules, en el mejor partido de la temporada, con goles de Samuel, en su debut en el once, y el propio marroquí, de penalti
Primera victoria del curso a domicilio Duerme séptimo, rozando Europa
Nordin Amrabat, estrella de Málaga y califa de Córdoba. Poderoso, inteligente, potente y virtuoso. Líder en el campo, respetado en el césped, vitoreado en La Rosaleda y, desde anoche, propietario del Nuevo Arcángel. Amrabat explotó su fútbol y fue llevado en volandas por tres ángeles malagueños, un tridente de la casa, formado aquí, en Málaga, con Samuel por la diestra, Samu Castillejo por la siniestra y Juanmi por detrás. El Málaga, tras 42 temporadas sin verse las caras con el Córdoba en Primera División, asaltó el califato vecino y regresó anoche a Málaga feliz y contento, con sus tres primeros puntos a domicilio esta temporada, y con 12 ya en su casillero durmió séptimo. A un puesto de Europa.
¿Debe ser ése el objetivo? No habría que forzar la situación. Toca esperar. La racha ahora es, desde luego, maravillosa. El Málaga engancha dos victorias consecutivas por primera vez este curso. Al equipo se le ve suelto, bien plantado, sabiendo lo que debe hacer, a qué juega. Y desde el minuto uno de partido en Córdoba demostró que estuvo muy por encima en el derbi andaluz. Otro duelo autonómico que se lleva.
Aunque Antunes, con un libre directo, ya había avisado, en realidad fue Juanmi el que le abrió los ojos al Málaga. El de Coín firmó un eslalon sensacional tras un saque de banda, protegió el balón con el cuerpo y encaró, en una galopada prodigiosa de 35 metros, con la que se plantó ante la portería de Juan Carlos. Su toque con el exterior, con la derecha, se marchó un metro fuera. La llegada de Juanmi fue un subidón en toda regla para el Málaga. El equipo se lo creyó. El equipo supo que por el centro de la zaga podía sacar petróleo. Por ahí y a la espalda de la defensa. Y fue el propio Juanmi quien la tuvo de nuevo. El mediapunta, que ante el Granada dio un clínic en su puesto, detrás del «9», cuando Gracia le centró y le sacó de la banda, le ganó la carrera a su par y su disparo se fue a córner. De ese saque de esquina, la pizarra de Gracia estuvo a punto de darle un gol a Samuel, la gran novedad del once.
Se estrenaba el punta del barrio de La Luz y trató de rematar con el tacón. No llegó. Pero luego sí que lo hizo. Samuel, con el «7» a la espalda, el dorsal del «pillo», del más listo, tiró un desmarque en diagonal desde su banda derecha para sorprender de nuevo a la espalda de la lentísima defensa cordobesista. Camacho lo vio. Porque Camacho lo hace todo. El tío lo mismo te construye un muro de ladrillos, uno sobre el otro, tras hacer él mismo la mezcla, que te recita un poema de Becquer. En una de ésas, en plena inspiración, puso una pelota perfecta a Samuel, que saltó a por ese balón imposible con la fe del que sabe que se merecía esta oportunidad, que se la había ganado a base de «huevos» en los entrenos, en el día a día. El «niño» que llegó inadaptado de Londres, del poderoso Chelsea, el niño que añoraba el sol, el mar, la vida de Málaga, su barrio, su Conejitos... Samuel saltó como un gamo, dejó atrás a Deivid, «estirazó» –como él luego dijo– su pierna derecha, impactó con el exterior de la bota y cruzó el balón ante la salida de Juan Carlos en una genialidad.
Era el 0-1. Merecidísimo. Porque el Málaga, tras cinco minutos de tanteo y otros cinco en los que perdió algo la compostura, estuvo a un nivel sensacional. Tuvo hasta tres oportunidades y Samuel no quiso perdonar. Tuvo mérito lo del Málaga. Y tuvo más aún lo de después. Porque el equipo blanquiazul, que anoche estrenó la tercera equipación oscura, no se echó atrás. No le dio metros al Córdoba. Siguió teniendo la pelota. Apostó por ser aún más protagonista. Y el fútbol le premió. Por su apuesta y por su compromiso.
Amrabat peleó un balón que deambulaba sin dueño en la línea medular, entre uno y otro banquillo. Parecía una pelota cualquiera, sin importancia. Pero Amrabat, que se equivocó ante el Granada y que pidió perdón en la previa, supo que ahí podía pescar. Caña en mano y con el balón como cebo, ganó la posesión. Sintió el agarrón del defensa cordobesista, que trataba de enmendar su error. Pero Amrabat no se tiró. No quiso pastar hierba, porque de reojo había visto ya cómo Juanmi, incombustible, le había tirado un desmarque directo al corazón del Córdoba. El califa de Marruecos aguantó en pie y mandó ese balón que Juanmi pedía a gritos en su feroz galopada. El coíno se fue por piernas y esta vez Juan Carlos le atropelló cuando ya le había recortado hacia su izquierda y el portero iba a tomarse una coca cola fresquita.
Penalti y... ¿expulsión? González González, trencilla de Ponferrada, decretó amarilla. Amrabat cogió el balón que quería Juanmi. Él es el líder. Y el manda. Lo situó en el punto fatídico de los 11 metros y se tomó una tila. Tranquilo, sin nervios, como si fuera lo más normal del mundo, el califa tomó carrera, paró y mandó el balón a la derecha de Juan Carlos, al que engañó por completo. Era el 0-2. El malaguismo que acudió a Córdoba saltaba de júbilo. Repaso en toda regla y dos goles de recompensa al intermedio. El Córdoba, en esos 45 minutos, no existió. Se supo que estaba porque en el arranque, con los dos equipos saliendo al césped, el Nuevo Arcángel cantó a capela el himno del club y los pelos se erizaban de emoción. O sea que, para Eurovisión, se salen; pero para jugar al fútbol, no le llega a este Córdoba. No les llegó en esa primera parte, en la que no hubo peligro para Kameni, salvo en un bonito recorte de Ghilas, con tantos kilos como talento. Y tampoco le llegó al Córdoba tras el paso por vestuarios.
Segunda parte
El festival continuó en la segunda mitad. En el primer cuarto de hora pudo sentenciar el partido. Hasta por dos veces. Amrabat pecó de individualismo la primera vez y luego le pasó un «marrón» a Samu Castillejo. En su siguiente galopada sí que fue generoso, pero Juanmi no llegó. Amrabat se había hecho el amo. El dueño y señor del partido. El califa de Córdoba. Nadie podía con él. Superlativo como «nueve». De espaldas a portería y a campo abierto. Dominó todas los artes. Aunque el Málaga perdonó. En demasía. Hubo contras sangrantes, con tres para uno. Y de cuatro contra dos. Pero no se remató. A Juanmi se le subió un gemelo cuando Gracia ya había hecho los tres cambios. Dentro Duda, Horta y Darder. A descansar Castillejo, Samuel y Recio. A mejorar esa faceta. Hay que machacar. Porque si el gol del «gordito» Ghilas llega, en vez de en el minuto 94, en el 84, pasas un mal rato muy tonto. 12 puntos y séptimos. Y viene el Rayo.
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